sábado, 29 de marzo de 2008

iluminado


Un viaje interespacial que comienza cuando cierras el pasado y el futuro te espera con un café bien cargado. Amable te conversa, mientras tratas de descifrar si lo que te cuenta es verdad u otra mentira de esas dolorosas, de esas que nunca te acostumbraste a soportar. Vestida con ese traje que mata, sus tacos altos y su sonrisa macabra. Te habla. Tú no tomas ni medio sorbo del café que está servido. Estás atento a lo que dice y desconfías, como siempre. Escuchas esas historias que hablan de fama y éxito, de gestas históricas y también de sueños truncados. Que tienes que tomar la vida por las astas, y olvidarte de las cicatrices que el amor y el orgullo te han dejado. Sermones eternos y reprimendas más que merecidas. Te recuerda que hubo un día en no sacabas el pie del acelerador y estabas iluminado y que ahora, sólo vives de recuerdos y eres una copia mala de esa película de la que fuiste protagonista un día. Te duele. Siempre tiene razón. De pronto la interrumpes. Como jamás lo habías hecho. Rompiendo el esquema de las largas conversaciones que no llevan a nada, golpeas la mesa. Le dices que no te vas a juntar más a conversar, que te aburriste y no la quieres ver más. Basta. Te tomas el café. Al seco. Si, como una piscola. Te paras. Te vas. Con el íntimo deseo de que la vida te ilumine como lo hizo un día. Tal y como ese haz de luz cayó sobre el cabezazo endemoniado de Elías Figueroa en alguna cancha de Proto Alegre. Sales del café y a los pocos pasos decides ponerte los lentes de sol. Tanta luz molesta en los ojos.

almendras


Siempre pensé que mi aliento tenía aroma a almendras. Recuerdo haber ido rumbo a no sé que parte, disfrutando de mi respiración chocando con tu piel. Lo recuerdo y miles de flashes se me vienen al presente, como agujas hacia mi conciencia. Ya no lo siento. Ni siquiera algo parecido. Lo perdí. Ahora está más cercano al vacío, al instinto inconciente que toma mi vida cuando la noche cae y los vasos se llenan de anestesia. Algún día terminará esto. Algún día volveremos a donde estuvimos. No hay que ser demasiado inteligente para darse cuenta que nunca fue mi aliento el con aroma a almendras. Ese exquisto aroma era simplemente mi amor verdader golpeando tus mejillas.

jueves, 6 de marzo de 2008

amargo




La culpa se vomita. Un día vomitaste culpa. Era un liquido espeso y transparente que salía desde lo más profundo de tus entrañas. Jugos gástricos junto a tu conciencia conspiraron para que no olvidarás el fatal momento, ese en el cual la traición te tomó por la espalda y te llevó hasta la oscuridad más oscura, por varios segundos que te parecieron varias vidas. ¿Por qué?. Si, si sabes porqué. Para que recordaras todos los días de tu vida, ese maldito día. El día en el cual estúpidamente escapaste del cielo, de ese de ese lugar en el cual jamás volverás a entrar. Si huevón! ¡El verdadero cielo!. ¿Por qué?. Lo hiciste porque tontamente, la perfección te molestó. Por buscar una excusa para vivir lo que te faltó vivir, para bajar de la nube exquisita en la que dormías y volverte mortal. Porque a tu abuelo se le acababa el tiempo y en el alcohol sumergías la impotencia y en las luces encandilabas el amor verdadero.
A la mañana siguiente salió el sol, bajo un manto gris que no te dejó verlo. Era una de esas mañanas en la que ruegas con toda el alma que nada haya pasado, en las que despiertas dos veces. La segunda en la que te convencías de que habías entrado corriendo al verdadero infierno. Lo dudaste… pero entraste. Cuando pensaste en quedarte estático, ahí parado solo, pero en realidad no lo hiciste.
La culpa se vomita, yo sentí su agrio sabor, mezclado con mucho ron y algo de bebida blanca .
Lo conociste sólo una vez, porque una vez bastó para que toda la vida llevarás su horrendo sabor dentro tuyo y definitivamente, para dar un paso fuera del paraíso.

Cae


Quiero que llueva, sólo para quedarme ahí y sentir cada una de las gotas caer sobe mi. Quedarme estático por minutos o tal vez horas, sin pensar en el frío ni en la amigdalitis segura que vendrá después. Puede que sea en plena calle, bajo la mirada atónita de los siempre chismosos transeúntes. Quizás sea en mi propia casa. Intentaré dejar la mente en blanco, pero no lo lograré. Quizás piense en ti. Quizás piense en mi. Quizás piense en el futuro. La verdad, prefiero no pensar en ello. Ni siquiera pensar en que tal vez nunca pase lo que quiero que pase. Quizás pase en otra vida. O mejor que no pase nunca. Lo que si estoy seguro es que no pensaré en mis errores. Porque si lo hago, tal vez me arrepienta de todo y los minutos bajo la lluvia se conviertan en un segundo en ninguna parte.