lunes, 23 de febrero de 2009



Y viste pasar tu vida delante de tus ojos. Por culpa de ese pequeño rayo de esperanza. Y el qué hubiera pasado se te cruzó con el querer. Y ahí te quedaste, pasmado en la luz roja que no te deja avanzar. Una rara idea voló por tu cabeza. Y no pensaste en nada. Y la herida se abrió en medio del traicionero alcohol. Y quedó así. A la vista. En carne viva. Y parece que no la quieres cerrar. Y así fuiste en busca del cuchillo más filoso. Con el riesgo de recibir una estocada fría, que quizás te mereces. Y caminaste por la misma vereda que te vio abrazar el infinito. Y te volviste loco. Te sentaste para meter mano a lo enmarañado de tu sangre, para separarar los arrebatos de las verdades. Dejaste a un lado la desesperación, para sólo ver los sentimientos. E hiciste un gesto brusco, como si hubieras visto un fantasma. Lo botaste todo y diste un par de pasos hacia atrás. Asustado. Como queriendo arrancar, como no queriendo ver. Si solo hubieses estado lo suficientemente sobrio como para contarme lo que viste. O que daría, mientras con los ojos vidriosos resisto el fuerte viento y me siento en la vereda de esa calle, esa que un día me vio abrazar mucho más, si, mucho más que el infinito.

No hay comentarios.: