martes, 21 de septiembre de 2010

Un plato roto.


Los platos caían y caían pero a pesar de a altura, no todos se quebraron. Algunos rebotaron, otros quedaron boca abajo, olvidados y esperando ser pisados. Era una verdadera lluvia, qué digo lluvia, un maldito diluvio. Nadie gritó. Nadie se asustó. Nadie lo impidió. Cayeron como un bombardeo aliado y nadie si quiera se dio cuenta. Yo recogí uno, que lleve a mi casa, escondido, no sé por qué. Lo traté de arreglar, pero faltaban muchas piezas. No me importó. Con paciencia y una taza de té, me senté bajo el parrón del patio de atrás de mi casa, a intentar dejarlo como nuevo. Sí, en la antigua mesa de madera. Quise, pero no pude. Mentira. No tengo patio de atrás. Y no quiero arreglar nada. Nada. No lo tomé, porque ese plato no era mío. Ese día seguí caminando e hice como todos, me hice el ciego, el sordo y el mu.. no, el mundo no me sale, para mal. ¿Los platos? ¿qué platos? No sé de que me hablas. No soy yo. Hay algo que no te he contado pero tengo un plato trizado, arreglado por mí, colgado en medio del salón de mi casa. Es realmente hermoso. Pero sabes qué, si lo quieres ver en su real magnitud, debes verlo desde acá. Sí, siéntate ahí, bajo el parrón. ¿Te llevó un té?

No hay comentarios.: