domingo, 24 de octubre de 2010

Una noche iluminada.


Fue una noche, creo de verano. Nos encontramos en la fiesta de una amiga. Aunque tu nunca supiste, ella, sí, ella pudo en algún momento ser algo más que eso. En esa época tú ya tomabas vino, yo ya estaba sumergido entre unas cuantas piscolas. Luego de varios minutos, tal vez horas, tomamos la decisión. Salimos escondidos bajo la mirada cómplice de los asistentes y los comentarios impertinentes de los lejanos. Nos subimos a un taxi como si fuera el último, entre besos mojados como sacados desde el mismo lugar donde guardé nuestras imágenes. Sí, de lo más profundo de mis recuerdos rojos. No hubo preguntas, quizás un par de palabras que no vienen al caso. Nos dimos cuenta de lo que estaba pasando cuando ya estábamos envueltos entre esas olas con olor a sábanas. El vino había hecho efecto, pero su poder no se comparaba al de la pasión guardada, la pasión que en ese momento se desataba como una rabia demoníaca acompañada de tus suaves manos enredadas en mi amor censurado. Fueron un par de horas que parecieron minutos perdidos en el tiempo. El sol entró por la ventana y ya no estabas. La resaca me hacía abrir los ojos en un porcentaje menor a mi impresión. ¿qué había pasado? ¿había sido cierto?. Me levanté con las fuerzas que me quedaban y me paré frente al lavamanos. Eché a andar el agua y solo su ruido calmó mis dolores. Puse mi boca bajo el chorro y pareció sanar mi sed al menos por un rato. Aún desorientado limpié el gran espejo con una de mis manos y ahí lo vi. Las huellas de tus uñas enterradas en mi hombro eran el testimonio perfecto de que yo había sido tuyo y tú, nuevamente habías vuelto a mis brazos.

Estación recuerdos.

Después de un largo día, los ojos ya se me cerraban y así, de un segundo me encontraba un escenario absolutamente irreal, mezcla de varias casa conocidas. Frente a mí, mi abuelo. Él como siempre, yacía apoyado en su viejo bastón vistiendo esa camisa verde agua que tanto le gustaba. Se acercó, lento y cansino como siempre, me tomó del hombro como solía hacerlo, pero esta vez, me miró tan profundamente a los ojos, que el corazón se me detuvo por varios segundos. Entonces, muy preocupado, me dijo: “Estación terminal Escuela Militar, se les ruega a todos descender del tren”.

domingo, 3 de octubre de 2010

Las bestias.

Tropezaste. No es una novedad. Pero está vez te descuidaste y el error hizo que te entregaras en bandeja a las bestias. Cometiste un error. Entraste por un segundo a la oscuridad y esos cobardes mostraron los dientes. Afilaron los cuchillos que tenían escondidos, disimulando su envidia con risas de papel. Hoy disfrutan del festín. Lo disfrutan como nunca. Te lo merecías y tienes que soportarlo. La habías sacado bien barata, lo sabes. Algunos iluminados luchan por ti. A brazo partido. Sin esperar nada a cambio. Que grandes. Espero. Escucho. ¿Siguen ahí esos malditos cobardes? Como hienas lanzándose sobre los restos. Te equivocaste, pero después de la tempestad, ya sabes lo que vienes. De algo servirá el drama. El agua finalmente se recogerá y dejará a la vista esas bestias, que volverán a retorcerse en sus propios charcos infelices.