martes, 27 de septiembre de 2011

Tu espalda.

Ya no corro. Ya no sudo. Ya no me emborracho para tener valor. Los domingos ya no son domingos y los lunes son cada vez menos lunes. Ya no respiro cortito ni duermo con los puños apretados. Hoy te conozco. Quizás más de lo que yo quisiera. Aún así me reflejo en tu sonrisa. De tus ojos no voy a hablar, quiero parecer intelectual y no hablar de lo obvio. De tu risa tampoco. Quiero hablar de tu espalda. Tu espalda perfecta. Perfecta para mí. En aroma, en temperatura, incluso en color. Tu vida se ensambló conmigo a la perfección y me está protegiendo de las oleadas de ideas peligrosas y saltos al vacío. Gracias por tus manos abrazando mi cara. Gracias por tu espíritu. Gracias por regalarme tu sonrisa. Ya no corro, porque lo que perseguí por mucho tiempo, hoy está aquí, conmigo.