lunes, 20 de junio de 2011

corazón de plata.

Hoy te quiero contar una historia. No sé si es de héroes. No es griega, ni es romana. Es chilena. No es de la conquista. No es de un mapuche engreído. No lo sé. Es solo la historia de un chico pachorrriento. Un chico sin historia, pero que creyó siempre en el futuro. Un chico que desde chico, tuvo hambre de grande. Un chico colocolino que cuando se fue a inscribir a la escuela de fútbol del archirrival, por culpa de la cercanía, preguntó si podía jugar con la alba abajo, pegada al pecho. Es un premio al que partió sin nada, a parte de sueños, un par de pesos y un bolso prestado al viejo continente. Al que renunció a todo, a lo hombre. Al que se la jugó con todo. Al que decidió, forzadamente, volver sin haber ganado nada. Al que renunció cobardemente, no volver a intentarlo. Al que levantó cabeza y metió orgullo, corazón y rebeldía en todo lo que hizo. Al que lloró silencioso. Al que se comió la mierda. Al que se levantó, mañana a mañana bajo una luz de esperanza. Al que soñó con algo grande. Al que lo vió. Al que luchó, hasta el final como los protagonistas de los libros. Al que sangró. Al que lloró. Al que sangró y lloró. Al que sangró más de lo que debía. Al que no se amilanó. Al que volverá. Al de dientes apretados y pierna en ristre. Al que no baja la guardia. Al que le sigue doblando la mano al destino. Al que sigue, hoy más que nunca, con más fuerza y con mayor razón. Sí, en este momento, al que quizás por primera vez ve al maldito y cobarde destino, pedir la hora para no seguir perdiendo.